Cuando
Carlos Augusto nacía, su padre se encontraba en Lima, ignorando seguramente el
nacimiento de su primogénito. Luego en 1831 partió a Tacna y en julio de 1832
se casó con doña Juana Pérez de Palza e Infantas. Tres meses más tarde abandona el cargo y con su esposa
se traslada a Lima donde es capturado por conspirador y confinado en el
departamento de Amazonas. Fugó de ese lugar y sublevó primero a Cajamarca y más
tarde a Trujillo en donde fue derrotado en la batalla de la Garita de Moche por
la fuerza del general Vidal que contra él envió Gamarra.
Para
eludir a Vidal que lo perseguía, Salaverry con sólo 25 hombres tomó un
barquito en las costas de Chicama y enrumbó a Paita. En Piura se encontraba el mayor
José Andrés Rázuri, su ex camarada de armas, así como los coroneles José María
Raygada e Ildefonso Coloma con mando de tropa. Ninguno de ellos a pesar del
aprecio que sentían por Salaverry accedieron acompañarlo en la rebelión y mas
bien lo notificaron de buena forma para que se rindiera. El caudillo rebelde
logró en Paita engrosar sus fuerzas y avanzó por las riberas del rio Chira. Le
salieron al encuentro Rázuri con rumbo a la Huaca y el coronel Raygada con
rumbo a Sullana, en cuyas cercanías se produjo una escaramuza el 29 de noviembre
de 1833, lo que fue suficiente para desbaratar a Salaverry. Este huyó entonces
a la parte interior del valle del Chira, posiblemente buscando protección de la
amada que había abandonado. Fueron en esos momentos tan angustiosos en la vida
del militar rebelde que conoce a su hijo Carlos Augusto, que estaba próximo a
cumplir tres años.
No
se sabe que razones expondría Felipe Salaverry para convencer a Vicenta a que
le entregase al niño en tan peligrosas circunstancias. Como ya lo hemos dicho,
Salaverry se había casado el año anterior con Juana Pérez y esta abnegada
mujer, uniendo su destino al de su inquieto esposo lo había seguido en sus
andanzas y se encontraba en esos momentos en Paita. Fue posiblemente, por no
abandonar a su esposa, que Felipe Santiago no cruzó la frontera del Ecuador con
su hijo y continuó en La Solana en espera de mejor momento para escapar. En
esas circunstancias había llegado el general Francisco Vidal con sus fuerzas a
Paita y dispuso un rastreo por todo el Valle para dar con el prófugo, sobre el
cual pesaba la condena de muerte por fusilamiento donde fuera habido. No
obstante que el fugitivo estaba disfrazado de campesino, fue reconocido por el
sargento Bastias y llevado prisionero a Paita para ser entregado al coronel Ildefonso
Coloma, jefe de estado mayor. Este militar sin tener en cuenta la orden de
fusilamiento, lo escondió en su propia casa hasta poder hablar con Vidal y
convencerlo de respetar la vida del prisionero a lo que accedió el General y
decidió que fuera deportado a Panamá en el bergantín "El Dragón",
todo lo cual se hizo de incognito, pues la tropa como venganza de tantos
muertos en la Garita de Moche, pedía la muerte de Salaverry. Antes de ser
embarcado, Vidal pidió a Salaverry su palabra de honor de permanecer en el
lugar de sus destierro un tiempo sin crear problemas. Pero Salaverry
mostrándose inconsecuente con los que habían perdonado la vida y violando la
promesa de honor, obligó al capitán de velero, a cambiar de dirección y
dirigirse al litoral de Lambayeque. Al saber esto Vidal, montó en cólera y
rápidamente con fuerzas de caballería atravesó el desierto de Sechura y se
prestó a recibir a Felipe Santiago tan pronto desembarcase.
Doña Juana Pérez de Palza e Infantas |
Como
hemos dicho, la esposa de Salaverry se encontraba en Paita y al saber el plan
de Vidal, contrató a unos pescadores para tratar de dar alcance al
"Dragón" que era lento, y prevenir a Salaverry. Los paiteños como
auténticos herederos de las virtudes marineras de los tallanes, dieron alcance
al "Dragón", y fue así como Salaverry pudo desembarcar muchos más al
sur del lugar donde lo esperaba Vidal. Por entonces ya terminaba el año 1833 y
se iniciaba el año 1834 con nuevos acontecimientos políticos en Lima, pasando
Salaverry a segundo plano, y con el cambio de gobierno cesar la persecución.
La
historia no aclara nada. Solo cabe hacer conjeturas.
Es
posible que, al ser capturado, llegase a Paita con el niño, que en cierta forma
sirvió de escudo a su padre, y contribuyó con su sola presencia a que no se
cumpliera la drástica orden de ser fusilado. Cabe también dentro de las
suposiciones que Juana Pérez en Paita recibiera al niño, y que el pequeñito
tuviera la dura experiencia de embarcarse con la madrastra en un velero de los
pescadores de Paita para dar alcance al padre.
Pero
volvamos a Felipe Santiago. Cuando desembarca al sur del departamento de Lambayeque,
el general Luis José Orbegoso había asumido el mando supremo por decisión del
Congreso desde el 19 de diciembre de 1833, pero de inmediato el general Pedro
Bermúdez uno de los allegados del general Gamarra, desconocía al nuevo
gobernante y el 14 de enero se sublevaba. Esto causó indignación en todo el
país y en diversos lugares hubo pronunciamientos en favor de Orbegoso. El
infatigable Salaverry, marchó sobre Trujillo y cambiando su situación de
rebelde a la de sostenedor del régimen, levantó a la ciudad norteña cuna de
Orbegoso en favor del nuevo mandatario. EI 9 de junio de 1834 el presidente
Orbegoso lo hace general de Brigada, cuando solo tenía 28 años de edad.
El
4 de enero de 1835 sofoca en forma casi personal la rebelión de los Castillos
del Callao haciendo una represión sangrienta pues fusiló a muchos de los
sublevados.
Inconstante
como lo era el joven militar, a los pocos días, es decir el 22 de febrero se subleva
a su vez y se proclama jefe supremo de la República.
Mientras tanto, el niño Carlos Augusto con su
madrastra Juana Pérez vivía en Lima.
A
partir de la asunción de Felipe Santiago Salaverry al poder, el Perú entero se
ve conmovido y ensangrentado por luchas intestinas, causadas por la creación de
la Confederación Perú - boliviana, hasta que llega el 7 de febrero de 1836 en
que Salaverry es vencido en Arequipa por Santa Cruz en la batalla de Socabaya
y fusilado el día 18 del mismo mes con varios de sus oficiales. De esa forma,
terminó en forma truculenta y violenta, tal como había sido su vida uno de los
caudillos militares de mayor importancia que ha tenido el Perú.
Antes
de ser llevado ante el pelotón de fusilamiento, escribió dos cartas a su
esposa, una el día 17 y otra el 18. En esta última le recomienda. "educa
a mis hijos, cuida de ellos; tu juicio y tu talento me lo dejan esperar".
También
el 18 de febrero hace su testamento. Entre otras cosas dice; "Nombro
por mi albacea, a mi citada esposa doña Juana Pérez e Infantas, Por mi heredero
a mi hijo legitimo Alejandro Augusto Salaverry Pérez, existente en Lima",
"Declaro que tengo así mismo, con la referida esposa, otro hijo natural de
cinco años e hijo de doña Vicenta Ramírez, natural de Piura y que encargo a la
referida mi esposa no lo separe jamás de su lado y cuide con esmero de su
educación". "Declaro que mi hijo natural ya expresado, tiene derecho
a los bienes de su madre, pero que es mi voluntad que no se mueva del lado de
mi esposa legitima aun cuando por razón de estos bienes se sucitare algún
pleito".
Doña
Juana Pérez de Infantas se vio precisada a huir a Chile y dedicarse con su
familia en Valparaíso para escapar a la saña de los enemigos de su esposo y el
desamparo, en forma tal que, a pesar de la recomendación testamentaria de
Felipe Santiago, doña Juana no pudo dar instrucción al niño Carlos Augusto,
salvo el de instruirlo en las primeras letras, es decir en saber a duras penas
leer y escribir.
Cuando
el vendaval de las pasiones había quedado atrás, y otros hombres gobernaban el
Perú, pudo retornar a la patria la viuda de Salaverry usufructuando una
modesta pensión. La familia ocupó una pequeña casa en la calle Las Piedras N°
332, la misma que tenía unos altillos que fueron reservados para Carlos
Augusto.
El
general Castilla lo hizo ingresar en el Ejército, como caballero cadete y fue
allí, gracias a la colaboración de sus compañeros, en donde adquirió los
rudimentos de la instrucción que no tuvo en escuela alguna.
Dejó
la casa donde vivió por mucho también para hacer vida de cuartel. Por las
noches cuando no hacía guardia y tenía que retirarse a su cuadra, el joven
militar dejándose llevar por una pasión secreta que le brotaba del alma,
volcaba desordenadamente en el papel, muchos versos que ocultaba considerando
que tenía poco valor.
Una
noche que regresaba al cuartel, se encontró con otro oficial joven, llamado
Trinidad Fernández, con el cual tuvieron una larga amena conversación que giró
sobre su versificación, pues Fernández era ya un poeta cuya producción
literaria aparecía en los diarios y era motivo de critica favorable. Quiso
Fernández que Carlos Augusto escuchara algunos versos recientemente escritos
por él y al cabo de algunos instantes, Salaverry dijo tímidamente que él también
era aficionado a la versificación ante lo cual Fernández lo convenció para que
al día siguiente le mostrase algunos de sus versos. La verdad era que hasta
ese momento el teniente Carlos Augusto Salaverry, no había escrito un verso
completo y por lo tanto cumplir con lo ofrecido al compañero era difícil. Por
eso se pasó toda la noche tratando de escribir en su cuarto del cuartel de
Santa Catalina una quintilla que fueron las que entregó al amigo, quién mostró
gran admiración por el valor literario de las mismas y las hizo publicar en
"El Heraldo" con las iniciales invertidas de Carlos Augusto.
En
un medio como el de Lima en donde todo el que se iniciaba en el arte de la poesía
era duramente fustigado, el inicio de Salaverry fue por demás auspicioso. Eso
sucedía el año 1855 y marcaba el inicio de su vida en el mundo de la poesía.
Enlaces
Centenario del fallecimiento del poeta
CARLOS AUGUSTO SALAVERRY RAMÍREZ