Imagen de Salaverry aparecida en foto a fines del siglo 19 |
Escribe: Jorge Castillo Fan
Ricardo Palma ha señalado: «La
educación de Salaverry fue descuidada, pero tenía un amor profundo al estudio y
sentía con frecuencia la necesidad de desahogar su espíritu en esa música de
palabras que se llama poesía...». Efectivamente, quizás el rasgo más nítido en
Carlos Augusto Salaverry sea el de su condición de ser consciente de su destino
como poeta y, bajo tal circunstancia, llegar a sostener una defensa
indoblegable de la poesía como forma de vida, pese a la precariedad de su
situación en el orden material. O, precisamente, a causa de ello, si nos
atenemos a lo que revela Martí, que «el verso, dulce consuelo, nace al lado del
dolor».
Pero, además, Salaverry proyecta
a través de su poesía una visión profética, pues anuncia desde entonces lo que
ya acontecía en el mundo, aunque de manera menos atroz que en nuestros días: la
deshumanización del hombre, su separación inexorable de las manifestaciones del
espíritu y su decantación por un materialismo nocivo.
La poesía de Salaverry se alzó
contra ese orden, esgrimiendo los valores humanos que precisamente ahora el
mundo requiere, y con una urgencia impostergable, a tal punto que son
reclamados casi a gritos en proyectos como el Plan Lector, en el caso de
nuestro país.
Y es que la poesía de Salaverry
no sólo se puede apreciar desde su valor intrínseco, esto es, desde su
condición de arquitectura versística signada por la belleza, por lo sugerente
de sus imágenes, con lo cual deslumbra, sin lugar a dudas. Existe un más allá
de la estética de sus formas: la puesta en valor de las virtudes humanas,
aquellas joyas que no son elementos de compra-venta, y cuya adquisición sólo es
posible a través de la apertura de ciertos niveles de la conciencia humana.
Arrojado a la intemperie de la
orfandad desde sus años primeros, Salaverry sufriría luego el destierro; además
de esa otra suerte de destierro que es la incomprensión de una sociedad no sólo
ajena sino refractaria al trabajo del poeta. Esta experiencia gris no ha sido
exclusividad de Salaverry, pues es lo mismo que le ha tocado vivir a otros
poetas, como en el caso de César Vallejo, vituperado en un principio por
Clemente Palma, aunque luego éste se rectificara, y de la mejor manera:
publicando sus textos en «Variedades» y reconociendo en el poeta mayor su
auténtica valía.
Ni las condiciones de su entorno
ni la miseria material que le toco vivenciar -circunstancias que revela en “Diamantes
y perlas”- fueron caldos de cultivo para un discurso de resentimiento o de
evasión. He ahí la grandeza del poeta. Por el contrario, Salaverry enarboló las
virtudes humanas como una respuesta urgente y vital ante el cabalgante proceso
de deshumanización de la sociedad de entonces, proceso cuyos aciagos resultados
se hacen patentes en el grado de descomposición al que asistimos en nuestros
días, y cuya muestra mayor es la devaluación de la clase política y de las
principales entidades gubernamentales.
Precisamente estas condiciones
son las que hacen más vigente que nunca la obra de Salaverry, pues ella se
yergue como una suerte de arsenal ético. Un mensaje que no sólo se proyecta al
ámbito de nuestra patria, sino que alcanza un radio de acción universal, que es
lo que acontece a las grandes obras literarias.
Carlos Augusto Salaverry y
Ricardo Palma son los máximos representantes del Romanticismo peruano; sin
embargo, es muy fácil acceder a las obras de Palma, hecho que no ocurre con
Salaverry. En editorial América creemos que con la publicación íntegra de
“Diamantes y perlas” hacemos un acto de justicia al poeta sullanero, cuya obra
es motivo de celebración en diferentes partes de Hispanoamérica. Un acto de
justicia y celebración que debe enorgullecer a quienes vieron la luz de la vida
en la Perla del Chira, puesto que contar con una obra como Diamantes y perlas
es sentirnos muy cerca de lo que hace del hombre un ser sublime.
No podía concluir este breve
discurso sin denunciar la ignorancia y envidia de ciertos enredadores que
persisten en deslucir los méritos del gran poeta sullanero. Ya quisieran
ostentar el reconocimiento del que para siempre gozará Carlos Augusto
Salaverry.
Luis Cardoza y Aragón ha definido
a la Poesía como la única prueba concreta de la existencia del hombre. Tal vez
sea esta la razón por la que Salaverry, el poeta, el hombre, haya dejado a
través de su palabra una estela humeante sobre el pasado y una huella candente
que aún nos alcanza hasta nuestros días.