domingo, 18 de octubre de 2020

Carlos Augusto Salaverry: Los diamantes y perlas del espíritu

Imagen de Salaverry
aparecida en foto
a fines del siglo 19

 Escribe: Jorge Castillo Fan

Ricardo Palma ha señalado: «La educación de Salaverry fue descuidada, pero tenía un amor profundo al estudio y sentía con frecuencia la necesidad de desahogar su espíritu en esa música de palabras que se llama poesía...». Efectivamente, quizás el rasgo más nítido en Carlos Augusto Salaverry sea el de su condición de ser consciente de su destino como poeta y, bajo tal circunstancia, llegar a sostener una defensa indoblegable de la poesía como forma de vida, pese a la precariedad de su situación en el orden material. O, precisamente, a causa de ello, si nos atenemos a lo que revela Martí, que «el verso, dulce consuelo, nace al lado del dolor».

Pero, además, Salaverry proyecta a través de su poesía una visión profética, pues anuncia desde entonces lo que ya acontecía en el mundo, aunque de manera menos atroz que en nuestros días: la deshumanización del hombre, su separación inexorable de las manifestaciones del espíritu y su decantación por un materialismo nocivo.

La poesía de Salaverry se alzó contra ese orden, esgrimiendo los valores humanos que precisamente ahora el mundo requiere, y con una urgencia impostergable, a tal punto que son reclamados casi a gritos en proyectos como el Plan Lector, en el caso de nuestro país.

Y es que la poesía de Salaverry no sólo se puede apreciar desde su valor intrínseco, esto es, desde su condición de arquitectura versística signada por la belleza, por lo sugerente de sus imágenes, con lo cual deslumbra, sin lugar a dudas. Existe un más allá de la estética de sus formas: la puesta en valor de las virtudes humanas, aquellas joyas que no son elementos de compra-venta, y cuya adquisición sólo es posible a través de la apertura de ciertos niveles de la conciencia humana.

Arrojado a la intemperie de la orfandad desde sus años primeros, Salaverry sufriría luego el destierro; además de esa otra suerte de destierro que es la incomprensión de una sociedad no sólo ajena sino refractaria al trabajo del poeta. Esta experiencia gris no ha sido exclusividad de Salaverry, pues es lo mismo que le ha tocado vivir a otros poetas, como en el caso de César Vallejo, vituperado en un principio por Clemente Palma, aunque luego éste se rectificara, y de la mejor manera: publicando sus textos en «Variedades» y reconociendo en el poeta mayor su auténtica valía.

Ni las condiciones de su entorno ni la miseria material que le toco vivenciar -circunstancias que revela en “Diamantes y perlas”- fueron caldos de cultivo para un discurso de resentimiento o de evasión. He ahí la grandeza del poeta. Por el contrario, Salaverry enarboló las virtudes humanas como una respuesta urgente y vital ante el cabalgante proceso de deshumanización de la sociedad de entonces, proceso cuyos aciagos resultados se hacen patentes en el grado de descomposición al que asistimos en nuestros días, y cuya muestra mayor es la devaluación de la clase política y de las principales entidades gubernamentales.

Precisamente estas condiciones son las que hacen más vigente que nunca la obra de Salaverry, pues ella se yergue como una suerte de arsenal ético. Un mensaje que no sólo se proyecta al ámbito de nuestra patria, sino que alcanza un radio de acción universal, que es lo que acontece a las grandes obras literarias.

Carlos Augusto Salaverry y Ricardo Palma son los máximos representantes del Romanticismo peruano; sin embargo, es muy fácil acceder a las obras de Palma, hecho que no ocurre con Salaverry. En editorial América creemos que con la publicación íntegra de “Diamantes y perlas” hacemos un acto de justicia al poeta sullanero, cuya obra es motivo de celebración en diferentes partes de Hispanoamérica. Un acto de justicia y celebración que debe enorgullecer a quienes vieron la luz de la vida en la Perla del Chira, puesto que contar con una obra como Diamantes y perlas es sentirnos muy cerca de lo que hace del hombre un ser sublime.

No podía concluir este breve discurso sin denunciar la ignorancia y envidia de ciertos enredadores que persisten en deslucir los méritos del gran poeta sullanero. Ya quisieran ostentar el reconocimiento del que para siempre gozará Carlos Augusto Salaverry.

Luis Cardoza y Aragón ha definido a la Poesía como la única prueba concreta de la existencia del hombre. Tal vez sea esta la razón por la que Salaverry, el poeta, el hombre, haya dejado a través de su palabra una estela humeante sobre el pasado y una huella candente que aún nos alcanza hasta nuestros días.


(Artículo publicado en la revista El Tallán, 
edición Nº 87 Sullana, enero 2014.)

Escrito por
Jorge Castillo Fan