lunes, 9 de noviembre de 2020

II.- Carlos Augusto Salaverry, LA INFANCIA

Cuando Carlos Augusto nacía, su padre se encontraba en Lima, ignorando seguramente el nacimiento de su primogénito. Luego en 1831 partió a Tacna y en julio de 1832 se casó con doña Juana Pérez de Palza e Infantas. Tres meses más tarde abandona el cargo y con su esposa se traslada a Lima donde es capturado por conspirador y confinado en el departamento de Amazonas. Fugó de ese lugar y sublevó primero a Cajamarca y más tarde a Trujillo en donde fue derrotado en la batalla de la Garita de Moche por la fuerza del general Vidal que contra él envió Gamarra.

Para eludir a Vidal que lo perseguía, Sala­verry con sólo 25 hombres tomó un barquito en las costas de Chicama y enrumbó a Paita. En Piura se encontraba el mayor José Andrés Rázuri, su ex camarada de armas, así como los coroneles José María Raygada e Ildefonso Coloma con mando de tropa. Ninguno de ellos a pesar del aprecio que sentían por Salaverry accedieron acompañarlo en la rebelión y mas bien lo notifi­caron de buena forma para que se rindiera. El caudillo rebelde logró en Paita engrosar sus fuerzas y avanzó por las riberas del rio Chira. Le salieron al encuentro Rázuri con rumbo a la Huaca y el coronel Raygada con rumbo a Sulla­na, en cuyas cercanías se produjo una escaramuza el 29 de noviembre de 1833, lo que fue suficiente para desbaratar a Salaverry. Este huyó entonces a la parte interior del valle del Chira, posiblemente buscando protección de la amada que había abandonado. Fueron en esos momentos tan angustiosos en la vida del militar rebelde que conoce a su hijo Carlos Augusto, que estaba próximo a cumplir tres años.

No se sabe que razones expondría Felipe Salaverry para convencer a Vicenta a que le entregase al niño en tan peligrosas circunstancias. Como ya lo hemos dicho, Salaverry se había casado el año anterior con Juana Pérez y esta abnegada mujer, uniendo su destino al de su inquieto esposo lo había seguido en sus andanzas y se encontraba en esos momentos en Paita. Fue posiblemente, por no abandonar a su esposa, que Felipe Santiago no cruzó la frontera del Ecuador con su hijo y continuó en La Solana en espera de mejor momento para esca­par. En esas circunstancias había llegado el general Francisco Vidal con sus fuerzas a Paita y dispuso un rastreo por todo el Valle para dar con el prófugo, sobre el cual pesaba la condena de muerte por fusilamiento donde fuera habido. No obstante que el fugitivo estaba disfrazado de campesino, fue reconocido por el sargento Bastias y llevado prisionero a Paita para ser entregado al coronel Ildefonso Coloma, jefe de estado mayor. Este militar sin tener en cuenta la orden de fusilamiento, lo escondió en su propia casa hasta poder hablar con Vidal y convencerlo de respetar la vida del prisionero a lo que acce­dió el General y decidió que fuera deportado a Panamá en el bergantín "El Dragón", todo lo cual se hizo de incognito, pues la tropa como vengan­za de tantos muertos en la Garita de Moche, pedía la muerte de Salaverry. Antes de ser embarcado, Vidal pidió a Salaverry su palabra de honor de permanecer en el lugar de sus des­tierro un tiempo sin crear problemas. Pero Sala­verry mostrándose inconsecuente con los que habían perdonado la vida y violando la promesa de honor, obligó al capitán de velero, a cambiar de dirección y dirigirse al litoral de Lambayeque. Al saber esto Vidal, montó en cólera y rápidamen­te con fuerzas de caballería atravesó el desierto de Sechura y se prestó a recibir a Felipe Santia­go tan pronto desembarcase.

Doña Juana Pérez de Palza e Infantas

Como hemos dicho, la esposa de Salaverry se encontraba en Paita y al saber el plan de Vidal, contrató a unos pescadores para tratar de dar alcance al "Dragón" que era lento, y prevenir a Salaverry. Los paiteños como auténticos herederos de las virtudes marineras de los tallanes, dieron alcance al "Dragón", y fue así como Sala­verry pudo desembarcar muchos más al sur del lugar donde lo esperaba Vidal. Por entonces ya terminaba el año 1833 y se iniciaba el año 1834 con nuevos acontecimientos políticos en Lima, pasando Salaverry a segundo plano, y con el cambio de gobierno cesar la persecución.

La historia no aclara nada. Solo cabe hacer conjeturas.

Es posible que, al ser capturado, llegase a Paita con el niño, que en cierta forma sirvió de escudo a su padre, y contribuyó con su sola presencia a que no se cumpliera la drástica orden de ser fusilado. Cabe también dentro de las suposiciones que Juana Pérez en Paita reci­biera al niño, y que el pequeñito tuviera la dura experiencia de embarcarse con la madrastra en un velero de los pescadores de Paita para dar alcance al padre.

Pero volvamos a Felipe Santiago. Cuando desembarca al sur del departamento de Lamba­yeque, el general Luis José Orbegoso había asumido el mando supremo por decisión del Congreso desde el 19 de diciembre de 1833, pero de inmediato el general Pedro Bermúdez uno de los allegados del general Gamarra, desconocía al nuevo gobernante y el 14 de enero se sublevaba. Esto causó indignación en todo el país y en diversos lugares hubo pronunciamientos en favor de Orbegoso. El infatigable Salaverry, marchó sobre Trujillo y cambiando su situación de rebelde a la de sostenedor del régimen, levantó a la ciudad norteña cuna de Orbegoso en favor del nuevo mandatario. EI 9 de junio de 1834 el presidente Orbegoso lo hace general de Brigada, cuando solo tenía 28 años de edad.

El 4 de enero de 1835 sofoca en forma casi personal la rebelión de los Castillos del Callao haciendo una represión sangrienta pues fusiló a muchos de los sublevados.

Inconstante como lo era el joven militar, a los pocos días, es decir el 22 de febrero se subleva a su vez y se proclama jefe supremo de la República.

Mientras tanto, el niño Carlos Augusto con su madrastra Juana Pérez vivía en Lima.

A partir de la asunción de Felipe Santiago Salaverry al poder, el Perú entero se ve conmovido y ensangrentado por luchas intestinas, causadas por la creación de la Confederación Perú - boliviana, hasta que llega el 7 de febrero de 1836 en que Salaverry es vencido en Arequi­pa por Santa Cruz en la batalla de Socabaya y fusilado el día 18 del mismo mes con varios de sus oficiales. De esa forma, terminó en forma truculenta y violenta, tal como había sido su vida uno de los caudillos militares de mayor importancia que ha tenido el Perú.

Antes de ser llevado ante el pelotón de fusi­lamiento, escribió dos cartas a su esposa, una el día 17 y otra el 18. En esta última le recomienda. "educa a mis hijos, cuida de ellos; tu juicio y tu talento me lo dejan esperar".

También el 18 de febrero hace su testamen­to. Entre otras cosas dice; "Nombro por mi albacea, a mi citada esposa doña Juana Pérez e Infantas, Por mi heredero a mi hijo legitimo Alejandro Augusto Salaverry Pérez, existen­te en Lima", "Declaro que tengo así mismo, con la referida esposa, otro hijo natural de cinco años e hijo de doña Vicenta Ramírez, natural de Piura y que encargo a la referida mi esposa no lo separe jamás de su lado y cuide con esmero de su educación". "Declaro que mi hijo natural ya expresa­do, tiene derecho a los bienes de su madre, pero que es mi voluntad que no se mueva del lado de mi esposa legitima aun cuando por razón de estos bienes se sucitare algún pleito".

Doña Juana Pérez de Infantas se vio precisa­da a huir a Chile y dedicarse con su familia en Valparaíso para escapar a la saña de los enemi­gos de su esposo y el desamparo, en forma tal que, a pesar de la recomendación testamentaria de Felipe Santiago, doña Juana no pudo dar instrucción al niño Carlos Augusto, salvo el de in­struirlo en las primeras letras, es decir en saber a duras penas leer y escribir.

Cuando el vendaval de las pasiones había quedado atrás, y otros hombres gobernaban el Perú, pudo retornar a la patria la viuda de Sala­verry usufructuando una modesta pensión. La familia ocupó una pequeña casa en la calle Las Piedras N° 332, la misma que tenía unos altillos que fueron reservados para Carlos Augusto.

El general Castilla lo hizo ingresar en el Ejército, como caballero cadete y fue allí, gracias a la colaboración de sus compañeros, en donde adquirió los rudimentos de la instrucción que no tuvo en escuela alguna.

Dejó la casa donde vivió por mucho también para hacer vida de cuartel. Por las noches cuando no hacía guardia y tenía que retirarse a su cuadra, el joven militar dejándose llevar por una pasión secreta que le brotaba del alma, volcaba desordenadamente en el papel, muchos versos que ocultaba considerando que tenía poco valor.

Una noche que regresaba al cuartel, se encontró con otro oficial joven, llamado Trinidad Fernández, con el cual tuvieron una larga amena conversación que giró sobre su versificación, pues Fernández era ya un poeta cuya produc­ción literaria aparecía en los diarios y era motivo de critica favorable. Quiso Fernández que Car­los Augusto escuchara algunos versos reciente­mente escritos por él y al cabo de algunos instantes, Salaverry dijo tímidamente que él tam­bién era aficionado a la versificación ante lo cual Fernández lo convenció para que al día siguien­te le mostrase algunos de sus versos. La verdad era que hasta ese momento el teniente Carlos Augusto Salaverry, no había escrito un verso completo y por lo tanto cumplir con lo ofrecido al compañero era difícil. Por eso se pasó toda la noche tratando de escribir en su cuarto del cuartel de Santa Catalina una quintilla que fue­ron las que entregó al amigo, quién mostró gran admiración por el valor literario de las mismas y las hizo publicar en "El Heraldo" con las iniciales invertidas de Carlos Augusto.

En un medio como el de Lima en donde todo el que se iniciaba en el arte de la poesía era duramente fustigado, el inicio de Salaverry fue por demás auspicioso. Eso sucedía el año 1855 y marcaba el inicio de su vida en el mundo de la poesía.

Enlaces

 


1891 – 9 de abril – 1991
Centenario del fallecimiento del poeta
CARLOS AUGUSTO SALAVERRY RAMÍREZ




Escrito de Reynaldo Moya Espinoza 
publicado en la guía provincial de Sullana,
editada en julio de 1991,
bajo la dirección de la profesora Ena Ognio de Silva